REDACCIÓN INTERNACIONAL.- Tienen prohibido participar en el frente junto a los hombres, pero las yihadistas que integran la Brigada femenina Al Jansa del grupo Estado Islámico (EI) son implacables con sus congéneres que infringen las normas de los radicales en su bastión sirio de Al Raqa.
Los extremistas han impuesto a las mujeres un gran número de restricciones, que hacen cumplir a través de este cuerpo parapolicial, con el que también evitan que sus combatientes varones traten con féminas, ya que el EI veta el contacto entre personas de distinto sexo a no ser que sean parientes directos. Se desconoce con exactitud el número total de miembros de la Brigada al Jansa, cuyo nombre hace alusión a una poetisa contemporánea del profeta Mahoma que se convirtió al islam. Activistas en Al Raqa apuntan que la cifra podría oscilar entre las 200 y 1.000, de las que la mayoría son extranjeras. «Son, sobre todo, británicas», dice a Efe por internet Abu Bakr, de la opositora Red Sham, desde esa zona del noreste sirio.
El EI no permite a las mujeres tomar parte en la lucha armada por lo que la alternativa que ofrece a las yihadistas es casarse con algún miliciano o adherirse a la Brigada al Jansa, aunque en sus filas también hay cónyuges de guerrilleros del grupo. Antes de salir a patrullar por las calles de Al Raqa, las reclutas reciben entrenamiento religioso y en el manejo de armas. «Les enseñan su doctrina y les lavan el cerebro», indica Abu Bakr.
Una vez completada esta formación pueden empezar a trabajar en la brigada, donde se trasladan en grupos de entre tres y cinco personas, en los que siempre hay alguna araboparlante, en busca de mujeres que contravengan los preceptos de la organización. Un velo mal colocado o ir sola sin la compañía de un «mehrem» o tutor masculino, es decir, un pariente varón, pone en alerta a la Brigada al Jansa. Un activista de la organización «Al Raqa está siendo masacrada en silencio», que se identifica como Abu Ward al Raqaui, detalla a Efe por internet que las «agentes» suelen portar armas ligeras como «kalashnikov» y esposas.
Su uniforme es el atuendo islámico decretado por los radicales para las mujeres, que consiste en un «niqab», velo que tapa todo el cuerpo menos los ojos. Además, perciben un sueldo que oscila entre los 500 y los 1.500 dólares, «dependiendo de si están casadas o solteras, tienen hijos, si son europeas o norteamericanas o no, y de su función y presencia en la organización», destaca Abu Ward.
Hace unos meses, este órgano del EI tenía su cuartel principal de Al Raqa en la antigua sede de la Seguridad Política del régimen sirio, pero fue destruido en un bombardeo de la coalición internacional, liderada por EEUU, donde murieron treinta mujeres yihadistas. Ahora, cuentan con una base nueva pero se desconoce dónde se ubica exactamente.
Ellas no participan en los asesinatos de prisioneros, aunque, según Abu Bakr, en los campos de entrenamiento las obligan a sacrificar a animales para que se acostumbren a matar. Pese a que no llevan a cabo ejecuciones de personas, no se han ganado las simpatías de la población local, donde «existe un gran odio hacia ellas por su conducta violenta y la desconfianza que muestran hacia las mujeres», subraya el activista, que agrega que las radicales torturan y castigan con latigazos. A este respecto, Abu Ward afirma que el resto de mujeres de Al Raqa «las consideran como la expresión de un grupo terrorista que restringe su libertad».
En otras provincias en manos del EI como Deir al Zur, conquistada casi en su totalidad por los extremistas, también existen cuerpos similares pero son de menor tamaño. Al tratarse de un fenómeno reciente es complicado calibrar las motivaciones de las mujeres que viajan al califato del EI, y que se alistan en un órgano represor, como la Brigada al Jansa. «Resulta interesante observar cómo los yihadistas combinan una ideología completamente atrasada con medios muy sofisticados de captación, a través de internet», reflexiona la directora adjunta del Instituto para los Estudios de la Mujer en el Mundo Árabe de la Universidad Libanesa Americana, Myriam Sfeir.
Los radicales prometen a las jóvenes, en muchos casos estudiantes, un mundo ideal, donde las mujeres son respetadas y reverenciadas, «aunque luego se encuentren con que tratan a las prisioneras, como las yazidíes, como esclavas sexuales». «Les prometen una vida de aventuras y les proporcionan una fe, el islam, que adulteran completamente», señala a Efe la experta.
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